12.3.13

hombre segmentado

Colecciono trozos de la ciudad como si fuera un general que trata de armar el mapa de un imperio enemigo encontrado entre los restos de un botín, ordenando y reordenando los pedazos sobre una mesa inmensa, buscando algún punto débil en las murallas que defienden la capital.

Voy por calles, librerías y cafés solitarios, en los que me siento a media mañana bebiendo el sol que le llega lejano y tibio. A veces experimento la sensasión de estar bajo una piscina, rodeado de sonidos sin forma y de reflejos celestes - en una dimensión desconocida, de tiempo lento y de luces oblicuas - y palpo el bolsillo derecho del pantalón para sentir la llave del cajón inferior del escritorio, donde guardo las estrellas de un cielo nocturno, traficado en secreto a través de aduanas de todo el mundo.


En una caja de madera labrada conservo las viejas armas de mi existencia. Las balas de plata, el martillo y las estacas. La caja ha permanecido cerrada y en sombras por mucho tiempo y su recuerdo se adormece con los años. La vieja guerra sigue en alguna parte del mundo, según sabe de cuando en cuando, pero las batallas se me confunden en la memoria y el miedo que se aferraba a la piel bajo un cielo en llamas me parece ahora un sentimiento extraño: algo escuchado de pasada en un mercado, o tal vez, leído sobre un cartel desde la ventana de un bus en marcha.


Voy por los días fumando un cigarrillo a pesar de todo, bebiendo pócimas para el espíritu y pasando páginas de una sonriente irrealidad. Nada profundo. Mientras lavo a mano platos y vajilla bajo un chorro de agua caliente y espuma de jabón, canto con el estéreo "these mist covered mountains, are a home now for me...", una brisa marina seca el sudor de la espalda y por unos segundos vuelvo a sentir cierta exactitud geográfica y esa segura vectorialidad que creía perdidas.

9.3.13

averiado

recuerdo que los Trammps cantaban "detén la noche" 
y nos sentíamos señores feudales de un trozo de aire en lo alto
mientras nos licuábamos en sueños

después vino Louis convenciéndonos que el mundo es maravilloso
y que bastaban las ganas 
que la guerra estaba ganada con el convencimiento del camino justo
y que podíamos confiar en las estrellas

después no vino nada

sólo imágenes de desesperación
en una búsqueda cada día más estéril, más difícil 
más de elefante que vaga 
quemando un poco de tiempo 
antes de encaminarse a su ausencia definitiva