30.8.09

cruce de caminos


Llevamos viajando dos días y el desierto no se acaba - a medida que avanzamos el desierto crece, se extiende como una mancha de formalina por el piso de una morgue después que un frasco lleno de cerebros se ha resbalado de las manos del ex convicto que limpia el lugar.

El desierto tiene una calma que se pega a la piel y deja manchas de sudor bajo los brazos y la camisa húmeda adherida a la espalda. Primero se maldice el sol, el polvo del aire que va formando una alfombra sobre tu lengua seca, luego se maldice el calor.
Pero poco a poco la calma del desierto te atraviesa y te va tranquilizando, tal como ese rayo que atravesó al golfista solitario en medio del campo de golf, matándolo y dejándolo fulminado sobre el césped pulcro, sin poder ver que la pelota que acababa de golpear cruzó el aire de la tarde como una cometa avergonzada, rebotó una vez en el pasto, rodó varios metros y cayó (cloc!) limpiamente en el hoyo número seis.
Tiro perfecto! - el del golfista y el de los dioses del rayo.

Un rayo diferente, de otro tipo - más parecido al que afectó la vida de Michael Corleone en Sicilia - fué el que me partió los sentidos cuando la ví en el restorán caminero sirviendo hot-dogs a un grupo de bebedores de cerveza local, esa hecha con malta de cielos secos, que crece en tierras áridas donde lo único que el viento agita son los pellejos de serpiente abandonados.

Cuando se agachó a poner en mi mesa el plato con huevos y el café me llegó su fragancia de jabón y agua, simple como pan con mantequilla y decidí que le escribiría un poema - a ella, a su olor sin aderezos y al escote de su delantal.

El poema fue abriéndose lentamente, como una hidra en marea baja. Se lo leí una noche en una cama de motel a la luz de la lámpara del velador. No dijo nada, a su manera, pero metió la mano bajo las sábanas y comenzó otro de sus juegos.
Por hoy ya le he escrito decenas de poemas en servilletas.

Una madrugada que viajábamos con las ventanas bajadas vino un azote de viento indio que hizo volar varios poemas desde el piso del auto y los sacó por las ventanas como pájaros liberadas. Los dejamos en el desierto: ya que querían irse con el viento, que se fueran.

Esa vez, después de tomar mi pedido en el restaurante me preguntó adónde iba y le dije que no sabía, pero que lo sabría cuando llegara. Se sacó el lápiz sobre la oreja, escribió algo en su libretita de pedidos y me entregó el papel. Lo leí y lo guardé en el bolsillo de mi camisa. Mientras comía saqué una servilleta, la extendí sobre la mesa como si fuera a envolver en ella un diamante de doscientos quilates encontrado en las selvas de Guyana, y le escribí en ella dos párrafos claros.

Unos días después de los párrafos de la servilleta, ella preparó una maleta, cerró su casa y se vino conmigo.
Tras el desierto vendrán los bosques, después la tundra y después la nieve.

Quizás alguna vez volvamos al pueblo donde ella atendía el restorán caminero. Quizás alguna vez vuelva al edificio que abandoné una noche después de limpiar el piso y ordenar nuevamente los cerebros en un frasco de vidrio.
No se. Sí se que me gustaría regresar en unos años más y poner una flor y una piedra en el lugar en que cayó el rayo en medio del campo de golf.

Abro la guantera, saco la pelota blanca que recogí del hoyo seis que aquí, en el auto, parece un silencioso huevo de pinguino, la coloco entre sus manos y comienzo a contarle la historia.
Lejos, el sol se va tras las mesetas, el cielo se pone rojo. En la radio, Ben Webster.

arte: frank h.
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28.8.09

esencia


soy
el eslabón de una cadena
un caballito de goma
y un jeep de lata
un casco romano
la .38 de Dick Tracy
y el sexto tomo de una enciclopedia

soy Salgari,
Bradbury y Dickens
un patio andaluz,
un tornamesa plástico
y un premio de arte

soy sol, sueños
y risas,
un signo de pregunta
una palabra no dicha
una nube que llueve hacia adentro

soy George Harrison,
Paul Simon, Neil Young,
también Vivaldi,
Prokofiev y Mozart

Blanco, Hemingway, Oz
Sorolla, Rothko y Chagall
soy un viaje en tren
una estación en la noche
un antiguo niño perdido

soy muchos finales
muchos borrón y cuenta nueva
y llevo todo eso en una mochila cósmica
que me servirá de almohada
hasta mañana al amanecer

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11.8.09

la última modelo del siglo XX


11:30 AM. enero. año 2000. la llamo por teléfono y le propongo que nos escapemos del trabajo y vayamos al puerto viejo de Tel Aviv a comer pescado. es pleno invierno y llovizna. el mar está oscuro, inquieto.
caminamos por el malecón en desuso. cinco pescadores lanzan los anzuelos moviendo sus cañas con destreza de mosqueteros. los observamos y respiramos el viento con anuncios de tormenta.

cuando nos volvemos vemos un grupo de gente abajo, entre los pilares del embarcadero.
son un fotógrafo, sus ayudantes y una modelo que van y vienen sobre las piedras y la arena mojada. el fotógrafo da indicaciones y la modelo posa mientras a su alrededor otros miden la luz, apuntan espejos, le arreglan el pelo y le maquillan los labios. click! y todo el grupo se desplaza a otro lugar volviendo a repetir el ritual.

en algunas tomas la modelo está desnuda desde la cintura hacia arriba - estatua por unos segundos. después del click una mujer va hacia ella con una frazada y la envuelve - estamos seguros - más por frío que por pudor.

nos vamos del puerto viejo sabiendo que nos vamos de él en serio. el cielo de metal cruje con un trueno lejano y el viento que anuncia tormenta sonríe: ¿no les dije?

el lenguado en salsa de ajo y el sauvignon tienen un gusto raro, pero los culpables no son ellos, somos nosotros - aún dudamos de nuevas vidas, de cielos extraños y de tormentas desconocidas. regresamos a la casa a holgazanear toda la tarde gris, entre azotes de viento y lluvia, haciendo el amor con una sombra de tristeza encima.
sentimos que nuestras almas se abren a constelaciones diferentes, pariendo nuevas infinitudes.

arte: frank h.
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5.8.09

confesiones inapropiadas


siempre te tuve ganas sobre la mesita de centro , como en esa escena de Kieslowski , la que filmó desde abajo

el polaco era un genio, yo - aparte de mirarte las piernas cuando te subiste a la silla para alcanzar el libro - no le llego ni a los talones

te ayudé a bajar , agarramos las copitas y de nuevo al sofá , el libro amarillo entre tus manos , como un canario aplastado

un sorbo de vino , y empezaste a leer el poema – algo sobre los carruseles del siglo veintiuno – hago como que escucho y te imagino de bruces sobre la mesa de centro

“y hasta es de vidrio” , me digo – "como en la película" , lo confieso abiertamente: por la escena imaginaria , no pienso pagar derechos de autor

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2.8.09

alborada


siempre nos gustó el amanecer
todo es tan distinto cuando se va la noche
y la luz abre escena allá al fondo del mundo

por ejemplo, la brisa del amanecer
los buses calentando motores para el primer viaje del día
y ese sol inicial que nos despertaba en el Mar Rojo
para que lo abriéramos de nuevo
para que separáramos las aguas con nuestro cuerpo

un amacener tuvimos a Ehud
cantándonos eso de "...seguir viajando...",
como una señal, como una maldición podrías decir,
siempre adelante, un paso más - cuando ya todos han caido
seguir adelante - eso es lo nuestro

siempre nos gustó el amanecer
abrir ventanas, la flauta en el wadi,
y las olas que no quieren borrar de la memoria
esas tenues huellas de cangrejo
que casi se desvanecen
en la arena suave

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