12.4.09

trozo de piel


Esta es la historia de un hombre cuya vida fue salvada por su pene - en realidad, por parte de su pene. ¿El hombre? Yo. ¿La historia? Aquí va.

En 1947, después de ganar la Segunda Guerra Mundial, los alemanes entraron de lleno en la carrera espacial. El 25 de abril de ese año anunciaron el lanzamiento del Orfeo, primer satélite que superaría la gravedad terrestre portando un ser humano, por supuesto - un germano.
El mundo estaba estupefacto y mi jefe - editor en jefe del Metropolitano - me llamó a su oficina.

Esa tarde, en el pequeño departamento que compartía con mi chica, preparé una enorme ensalada y cenamos con las ventanas abiertas, gozando de la primavera que ya se sentía en el aire. Yo esperaba el momento adecuado para decirle lo del viaje - sabía que no le gustaría.

El Orfeo, el satélite alemán, era el colofón de una serie de experimentos con casi toda la escala zoológica en el espacio. En Germania, Adolf estaba contento y quería algo espectacular que afianzara su popularidad en el mundo entero: poner en el espacio exterior un cosmonauta alemán, lo que demostraría la superioridad aria no sólo a sus millones de fans, si no también, a los pocos enemigos que aún le quedaban.

Y mi chica era uno de ellos. Yo mismo era uno de ellos.
"El periódico me envía a Germania a cubrir lo del Orfeo", le dije cuando tomábamos una copa de vino blanco. Discutimos.
Vaya si lo discutimos. Finalmente, desesperado pues ella anarbolaba diestramente argumentos morales, logré el voto del pragmatismo.
"Marilyn", le dije, "Sabes lo afortunado que soy de tener trabajo. Hay millones bajo los puentes muriéndose de hambre. Si pierdo esto no podremos casarnos - no al ranchito en las afueras - ya sabes. Seremos dos más bajo los puentes."

Finalmente la convencí y nos besamos, nos fuimos a la cama e hicimos el amor tres veces. Dos de ellas, seguidas.

En la mañana, me duchaba pensando en el viaje a Germania. Seguramente el vuelo partiría desde Dallas - que había pasado a ser nuestra capital después del bombardeo nuclear de los chinos sobre Washington.

Salí, cerré el agua y me jaboné la cara para afeitarme. Estaba allí parado cuando Marilyn abrió la puerta de un golpe y me dijo, "¡No puedes ir!" - como vió mis asombrados ojos de pregunta, repitió a modo de respuesta - "¡No puedes ir!" y apuntó con su índice directo a mi miembro, que en esos momentos apuntaba al suelo y del que colgaba una gotita de agua de ducha.

Mi jefe se movió en su asiento, incómodo - no era hombre de cambiar ideas, "Bueno", dijo finalmente, "Veré a qué otro puedo enviar... lo siento, era una estupenda oportunidad para tí."

Esa noche nos revolcamos de la risa cuando le conté que el jefe me habia preguntado si no era posible algún tipo de operación para reinjertar en prepucio. Marilyn se apretaba el estómago a carcajadas y cuando nos pasó el ataque de risa, se limpió unas lágrimas que le asomaban en los ojos, "Ay!, dijo, creo que me meé".

El periódico envió Tomi a Germania - un periodista joven, inexperto, pero muy vivaz.

Una semana después mi jefe recibió una caja enviada por correo oficial por las Autoridades Raciales de Germania, junto con una violenta nota que negaba al periódico toda futura entrada de nuestros enviados al país. El jefe no era en realidad muy avispado, después de querer enviarme a mí, había enviado a un negro. La caja traía, envuelta en una bandera rojinegra, la cabeza de Tomi.
Pobre chico - por lo menos, había muerto con las botas puestas, en ejercicio de sus funciones - esto le asignaba a su madre, una cuota de arroz, aceite y harina por el resto de su vida. Y en estos días, gente, eso es más que mucho.

Yo seguí trabajando en el periódico y tratando de escribir mi primera novela. Marilyn ganó un concurso para actrices novatas e hizo una escena parada sobre una ventilación del tren subterráneo, dejando que el golpe de viento le eleve el vestido sobre sus piernas.

Dice que el teñido rubio le ha traído suerte, por lo que decidió teñirse todo.
Para mi cumpleaños, Marilyn compra ahora dos regalos - uno para mí y otro para mi instrumento, al que según ella le debo la vida.

collage: frank h.
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